Redactado por Inmaculada Palanca, socia de AEPNYA, este texto expresa su experiencia profesional y conclusiones tras las primeras semanas de confinamiento.
En la primera semana de Confinamiento pensé en escribir “un algo” con el titular ¡Óle mis niños!. Dos semanas después, ya se están dando muestras públicas del reconocimiento a esas pequeñas personas (vamos a dejar ya lo de héroes para todos) que están viviendo esta rara situación mucho mejor de lo esperado: “sorprendentemente bien” en palabras de muchos padres. Mi reacción inicial como psiquiatra infantil fue pensar: qué contraste entre la exhibición pública del temor inicial de los padres a “quedarse encerrados en casa con sus hijos” (¡¡qué vamos a hacer con ellos!!; una mezcla de desesperación y espanto) y el comportamiento “sorprendentemente bueno” de estos. A esto se une la situación de desplome que constato en la demanda de atención en salud mental de niños y adolescentes tanto en consultas ambulatorias, como en urgencias o ingresos hospitalarios.
Y me pregunto, ¿por qué? ¿Cómo es posible que hayan desaparecido todos estos pacientes graves? ¿Dónde están los trastornos de conducta que sobrepasaban a los padres, las autolesiones, los intentos de suicidio? Y no hay una sola respuesta, imposible. Me planteo distintas opciones, no excluyentes: ¿están los niños “encantados” de compartir más tiempo y atención de calidad con sus padres?, ¿están los adolescentes más supervisados? ¿Los padres realizan más esfuerzo para manejar situaciones difíciles por miedo a acudir a un centro sanitario, foco de virus? ¿Realizan los adolescentes mayores esfuerzos por autorregularse considerando ahora las consecuencias de sus conductas, antes “automatizadas”? ¿Tienen niños y adolescentes que enfrentar menos exigencias en su vida cotidiana? ¿Es esto causa de que disminuya el estrés previo y mejore su expresión emocional y conductual? ¿Tienen los adolescentes mucha más conciencia social y responsabilidad de la que se les presupone para respetar el confinamiento? ¿Acaso no hay Instagram para comparar lo bien que se lo pasan otros y cuestionar su autoestima, porque todos están igualmente “encerrados”? ¿Se han eliminado de un plumazo los conflictos con iguales al no asistir a los centros educativos? ¿Será que algunos padres lo están haciendo muy bien desarrollando empatía con sus hijos, estableciendo rutinas, comprendiendo, ahora sí, sus necesidades?
No tengo respuesta a estas preguntas. Mi confianza en los menores, como psiquiatra de niños y adolescentes, es máxima; mi admiración por la mayoría de padres, también. Pero ¿cuáles son las claves de esta nueva situación? Es posible que el “sorprendente” bienestar relativo de los menores en confinamiento sea una constatación de carencias previas: falta de padres y madres, de familia, abandonos o negligencias de facto en entornos “altamente cualificados”, incluso. Entonces sería ésta una situación reparadora para estos niños y adolescentes. Tal vez les estamos dando un respiro, un descanso de exigencias desmedidas. Es posible que el grupo social de los adolescentes se haga más uniforme en la distancia. Contemplado desde otra perspectiva, puede ser que cuando hay una amenaza mayor para la vida, la salud mental queda en la cola de las necesidades, no se demanda lo que se considera secundario, menor, y se postponen, ocultan y niegan necesidades de atención, especialmente en aquellos de más riesgo. Esta es la otra cara de la moneda. También la preocupación real por los que tienen trastornos mentales graves o situaciones de riesgo. El tiempo debe dar respuesta a estas preguntas. Debemos hacer por saber. Y aprender de esta experiencia. Y disfrutar de aquellos niños y adolescentes que no son ni más ni menos que eso, y que ahora tienen esta oportunidad de convivir obligatoriamente con sus padres (y los padres con ellos). Y cuando “regresen” los menores con más dificultades, los pacientes, y se dispare de nuevo la demanda, preguntarles cómo sobrevivieron a la cuarentena. En cualquier caso, vuelvo al inicio: ¡ole mis niños y adolescentes! No son héroes, son lo que son, ellos y ellas; que ya es bastante.
Dra. Inmaculada Palanca Maresca. Psiquiatra de Niños y Adolescentes.